jueves, 1 de enero de 2015

HACE FALTA SER INTELIGENTE TANTO PARA AMAR COMO PARA CASTIGAR.

          Homo sapiens.
          La observación básica es extraordinaria. Sólo hay dos especies de animales en el mundo en el que el macho tiende a vivir en grupos con sus familiares más cercanos y en los que a veces estos machos salen y hacen expediciones para matar, deliberadamente, a los miembros de otros grupos. Esos dos animales a los que me refiero son los humanos y los chimpancés. Hay otro colectivo, el bonobo, que no muestra este tipo de comportamiento. 

           Los orígenes de la violencia no son el reflejo de una expresión falaz de algún instinto ancestral, sino que es el resultado del desarrollo cognitivo. La inteligencia, es cierto, transforma el afecto en amor y también la agresión en castigo y ganas de controlar.

         Bonobos.
          Pero los bonobos y los chimpancés tienen la misma inteligencia y sin embargo son diferentes.

          Hay algo en la psicología evolutiva que predispone a seguir rumbos más sofisticados. El principal argumento de Richard Wrangham  es que en el pasado vivíamos en territorios que tenían que ser defendidos por los machos, y los grupos que vivían dentro del territorio se vieron obligados a dividirse en pequeñas unidades a causa de las condiciones de alimentación. Cuando ya no queda comina disponible, es mejor dividirse en pequeñas unidades. Eso es lo que vemos en los chimpancés. Exactamente lo contrario de lo que hacen las amebas, que se transforman en un organimo único en tiempos azarosos.

            Chimpancés.
             Tenemos dos colectivos vecinos y uno de ellos vive en grupo porque hay mucha comida y el otro se divide en agrupaciones pequeñas porque la comida escasea. Si un gran grupo se encuentra con un individuo solo en su territorio, ¿qué harán sus miembros? Como se suele decir: disparar a matar. Lo golpearán e intentarán matarlo. Lo exterminarán con gran ferocidad, con mucha crueldad, y nunca dejarán heridos porque son lo bastante inteligentes para tomar la decisión de atacar sólo cuando gozan de todas las ventajas. De modo que la víctima tendrá cicatrices en toda la parte frontal del cuerpo. Quizá le hayan cortado la garganta, arrancado los testículos y la piel junto al codo donde ha mordido el chimpancé. Es un acto muy deliberado, y sin embargo, ningún atacante ha resultado herido porque un individuo sujetaba una mano de la víctima, otro sujetaba la otra, un tercero sujetaba un tobillo... La presa era importante, era como una crucifixión, podían hacer lo que quisieran con ella.

             Se necesita inteligencia para planear todo el calvario anterior, pero también hay un poco de nuestra psicología y de la psicología de los chimpancés. Me refiero a los machos en particular, pues si reconocen que otro inviduo es un enemigo y que hay un desequilibrio de poder, se sienten excitados ante la perspectiva de atacar al enemigo y eliminarlo. Esto es a la vez inteligencia y psicología, cálculo y visceralidad.

             De nuestros primos los bonobos aprendimos, en cambio, una lección: que la evolución no tiene por qué ser así necesariamente. Los bonobos nos muestran que un pequeño cambio en la ecología lleva a un gran cambio en el comportamiento. Tiene que ver con cosas divertidas desde el punto de vista humano. Como es bien sabido, los bonobos tienen mucha más emancipación respecto del sexo reproductivo que los chimpancés, su especie más cercana. Sexo con propósitos sociales, para hacer amigos, reconciliarse después de cierta tensión. No es como en los humanos, pero hay ciertas similitudes.

             Lo importante es que nos muestra cómo, en determinadas condiciones, la selección natural no favorece la violencia. ¿Y cuáles son las condiciones? Cuando un individuo previsiblemente tiene aliados para defenderse.

            EDUARDO PUNSET.
            EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE.

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