sábado, 21 de junio de 2014

¿Por qué negamos las evidencias?

                  ¿Cómo entender a las mentes empedernidas que siguen cuestionando a Darwin con la teoría del llamado diseño inteligente?

                 ¿Cómo es posible que tan poca gente se declare dispuesta a dejar de ser de izquierdas y, todavía menos, a dejar de serlo de derechas?

                 Durante el Genocidio de Ruanda., en 1994, una abadesa hutu alertó a la milicia delatando la llegada al convento de refugiados tutsis, pero escondió a las que eran monjas como ella. Es un ejemplo dramático de algo que el cerebro hace constantemente: dividmos entre "nosotros" y "ellos". Así aprendimos a contar de pequeños: el número 1 era la manada de homínidos y después, mucho más tarde, estaba yo, el número 2. Con la edad supimos diferenciar dentro de la manada el número 3 y luego el 4 y, posteriormente, hasta los veintitantos de la tribu o el grupo familiar. .

               ¿Y si la mayor parte de la energía cerebran no se utilizara para interpretar la realidad, sino para pergeñarla a medida y según el propio deseo?

               El cerebro utiliza gran parte de su energía para elucubrar, simplemente para predecir, inventar e imaginar, configurando divisiones entre "ellos" y "nosotros". En los tiempos que corren siguen vivas en Europa las divisiones lamentables y supuestas entre habitantes de distintas nacionalidades, ideologías, sexo, religiones y generaciones. O nos agrupamos en función de temores y quimeras.

            Deberíamos reconvertir la maquinaria cerebral para que se ocupara más de reflexionar sobre el futuro que nos espera y bastante menos sobre las cosas, las camisetas, el color de la piel, los dogmas que nos dividen.

            Existen personas capaces de dar la vida por un equipo de fútbol o de quitársela a otros porque son de una etnia o nacionalidad diferente de la suya. Desde fuera se aprecia el componente absurdo de estas pasiones. "No tienen ningún sentido". Pero cuando se trata de cosas sobre las que se tienen sentimientos viscerales, no resulta difícil distanciarse.

           Los perros forman manadas y los chimpancés son muy leales a su grupo, pero a diferencia de los humanos esos animales no deciden que los de otro grupo son buenos o malos en función de sus banderas, sino de intereses primordiales como la defensa del territorio o la selección sexual. Probablemente somos la única especie que se comporta de un modo u otro en función de símbolos. 

          Es paradójico que nadie se crea capaz de controlar su estatura, pero todo el mundo cree poder controlar su peso.

          Probablemente, se ha infligido más daño a causa de las lealtades de las personas a una tradición concreta, raza, religión o sexo que debido a los avatares económicos. Sin embargo, todo el mundo atribuye a la riqueza y a las multinacionales la culpa de los males que nos afligen, como la violencia, el maltrato a las mujeres o el odio racial.

         Las repercusiones de nuestros vínculos y filaciones tienen una base biológica y no meramente mental. Hoy se sabe del efecto devastador de patrones culturales como el machismo -en la violencia contra las mujeres; la poligamia y la consiguiente privación de pareja para gran número de varones en la militancia terrorista; o las actitudes violentas y falta de aprendizaje social y emocional en la delincuencia en las zonas marginadas.

        En sectores muy pobres, como las Misioneras de la Caridad seguidoras de Teresa de Calcuta se dan casos de beatitud profunda, y signos inconfundibles de violencia en sectores muy ricos, como las mafias de los países del Este de Europa. ¡Cuántas veces se subestiman el arraigo de los patrones culturales y se sobrestiman los económicos!

       La discriminación y la violencia se nutren de la cultura, o más bien de la incultura, como los propósitos corruptos y la falta de transparencia, el machismo y el dogmatismo religioso. 

       Para compensar en la persona el efecto negativo de un agravio, desmán, insulto o agresión verbal, se precisarán cinco iniciativas bienintencionadas. Habíamos subestimado literalmente la profunidad de la huella causada en el prójimo por la aversión materializada. Lejos de que el agresor busque en el futuro la oportunidad para compensar el daño ocasionado, se autoalimentan los niveles de violencia imperantes en las sociedades modernas. 

        Resulta evidente que los contenidos académicos, las reglas del juego corporativas y los límites definidos para la convivencia social deberán redefinirse.

EDUARDO PUNSET.
EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE.

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